Antonio Bascones

España ha llegado a un momento clave en su historia y desarrollo. Estamos en una fase en que los principios valores están declinando y suben como la espuma los objetivos. Parece que el grito de guerra es «abajo principios y valores, arriba objetivos».

Hoy día, la ética por la que deben caminar las relaciones de los individuos entre sí y con el Estado ha sufrido un grave deterioro. En ningún lado oigo comentarios acerca de si esto es moralmente aceptable o reprobable, solo opiniones acerca de si me conviene, de si gano un puesto, de si gano dinero con esta acción o no. La gente tiende a avasallar a los otros con tal de conseguir este objetivo. El fin justifica los medios es un concepto que impera la actuación de la mayor parte de las personas.

El objetivo es postergar al débil o aquel que no nos sirve para conseguir lo deseado. Lo procaz vale, lo maleducado sirve, lo prosaico es la regla, la bazofia es aceptable siempre y cuando valga a nuestro objetivo. Se está perfilando una sociedad malsana, mediocre, mísera, artera, donde lo efímero es el objetivo aún a fuer de inmoral. Se trata de poner linde, cuanto más estrecho mejor, al sendero de los principios y valores. Todos tienen puesta la vista en los objetivos que no tienen límite ni cortapisas. Este análisis que hago y que no creo exagerado se ha presentado con mucha más intensidad y nitidez en los últimos años y cada vez con síntomas más claros. Vamos por una pendiente con un gran declive y cuesta abajo, down Hill dicen los americanos, en una carrera de vértigo imposible de parar. Es perentorio cambiar este deterioro. ¿Pero cómo se hace? Es difícil y necesita años y esfuerzos, amén de que se haga un correcto diagnóstico de las causas y sus manifestaciones. Pero algo que cambiaría en parte las cosas sería estimulando la cultura, haciendo del individuo más proclive a ella que a los aspectos periféricos de la vida humana. Se debe estimular la reflexión y la lectura, la tertulia y la palabra. Es en esta, donde radica más el sendero de la ética, transformando este en una gran avenida por la que caminen la mayor parte de los hombres.

No hace falta nada más que sentarse delante del televisor y hacer un zapping para darse cuenta de la bazofia que tenemos ante nosotros. Salvo honrosas excepciones de programas culturales que enseñan a vivir, lo demás no merece la pena. Allí se exponen, bajo una máscara de mentiras y verdades, las miserias, las envidias, las mezquindades, los celos de los tertulianos que se lanzan las palabras como pedradas a la frente. 

Todos acaban contra todos en un simulacro de reality que no es otra cosa que la justificación de la búsqueda de la fama, notoriedad y dinero que en los últimos tiempos les falta. Algunos hacen, de este modus operandi su leitmotiv, su forma de vida y pasean su bazofia por todas las emisoras que son capaces de contratarlos. Y mientras tanto, miles de espectadores que acuden al plató se recrean en lo que ven, toman partido, insultan y gritan en un guirigay incomprensible e insustancial que no lleva a ningún lado. Y así seguimos un día y otro también recreándonos en la sordidez humana. Y al otro lado del televisor, miles de ciudadanos ven con cierto interés lo que la pantalla les exhibe. Algunos, incluso, les envidian. Para ellos estos protagonistas, sórdidos, se encuentran en el podio al que una buena parte del auditorio les gustaría subir. ¿Y por qué no imitan a los sabios? Eso es más complicado, necesita de un esfuerzo interior, de una reflexión íntima y de una cultura que no han recibido de sus padres ni de su Gobierno. El cambio generacional.

Antonio Bascones

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